11.07.2010

Nunca dejas de sorprenderte, y sabes que tengo razón. Que no miento. Nunca, nunca dejas de aprender y todo parece nuevo, aunque en realidad es viejo; muy viejo. Pero que sea viejo no significa, ni mucho menos, que sea incapaz de ser diferente. Cada cosa es diferente. Cada cosa, esta cosa también. Cada cosa.


10.12.2010


Por suerte te he vuelto a ver. Por suerte para mi, claro. A ti te da igual, y eso está bien; pone a las cosas en su lugar, y el orden está bien. Muy bien.
Pero te diré que está aún mejor que el orden: lo real. Lo cierto. Lo que es y lo que no es. Las cosas, así como son. Sin más, ni menos tampoco. Y la realidad es que ésto no es gran cosa, no significa nada y que todo ha pasado por ser una confusión, una flor de un día, un espejismo agradable y la confirmación de que el vacío puede ser un buen lugar, siempre que no estés obligado a vivir en él por imperativo legal, personal o circunstancial.

Pero, vamos, que he tenido suerte. Mucha suerte.

10.08.2010


Te encontré sentado en un rincón, como una marioneta sin cables, tirada y sin vida aparente. Te pregunté: ¿qué tal? y tu me respondiste "bien, bien!" y yo sabía que mentías que estabas sola y deprimida, que el vacío era tu nueva estación y que el regreso era una caída hacía arriba. Que triste, que triste. Eso fue lo que pensé. Que triste.
Merecerlo no es quererlo. Es que te lo den.

9.27.2010




Calmé la inocencia y la pasión, junté el miedo y lo dejé entre la nada y el todo. En la suspensión más académica y racional, me traicioné para hacerlo y olvidé el hecho de que no eres nadie, ni eres nada, ni serás nunca nada...salvo aquello que yo quiera que seas. Aunque sólo sea aquí, aquí dentro. En lo más profundo. Sin luz ni falsos bálsamos. Aquí, y siempre aquí, tú y los demás, ellos y ellas; los demonios.

9.24.2010


Es complicado ser consciente y racional durante todo el tiempo. Es complicado ser el muro contra el que golpear todo tipo de embate. Es complicado no quebrarse como una endeble rama mecida por el viento cuando sopla más viento del que podemos soportar. Es complicado no caer al suelo, no romperte en mil pedazos y, es más complicado aún, no dejar pasar unos días para lamerte las heridas.

Pero ahí es dónde sale lo mejor. Lo mejor que cada uno. De los corazones rotos, de las ilusiones perdidas, del vacío más insondable y miserable en el que caer, de la oscuridad y las sombras; del miedo y la mala suerte. Si eso no es capaz de sacar lo mejor será porque aún algo peor dentro, muy dentro de nosotros. Demasiado hondo, tal vez.

No se hizo la vida para los que sólo están dispuestos a vivirla, se hizo para los que están dispuestos a desafiarla. Siempre. Y para los que están dispuestos a perder.

Perder es la parte más interesante del juego
. Es la que te enseña como ganar.

9.22.2010



Han pasado unos días desde el comienzo del verano. Arturo ya no daba señales de vida, se había marchado. Esfumándose tal y como lo hacía el humo de su cigarro cuando se retorcía sobre nuestras cabezas cada vez que hablábamos cara a cara.
Yo ya sabía que no perdonaba mis palabras, que se había marchado por todo lo que dije. También sabía que no era de los que huían de la verdad. Tal vez no huía de la verdad, ni de mi. Tal vez simplemente no tenía ganas de continuar con esta farsa cómoda que yo había creado y maquillado para él.

Mi madre no ha llegado a conocer a Arturo, no sabe ni de su existencia. Para ella sigo al otro lado, cerca del resto y alejada de personas como él. Alejada de todos, en realidad. Otra mentira. Es sorprendente lo complicado que es vivir tu propia vida sin mentir continuamente.

Si he de ser sincera, extraño a Arturo. Aunque hable con frialdad y me cueste identificar los sentimientos. Aún así, sí; lo extraño. Que no quisiera seguir con él, que lo hubiera utilizado de forma vil, no quiere decir que no lo amase. Es cierto que para las personas como yo aquello conocido como amor no es sino otra forma de, otro método, llenar un vaso que, desde luego, siempre estaba vacío. Y no es sorprendente, por eso soy una persona sin alma.

No tener alma te convierte en un vampiro victima del ansia y el amor, para nosotros, los desalmados, es simplemente otra forma más de vampirismo. Otra cosa con la que saciar nuestra sed.

9.20.2010


Sé que no hay una mentira, que no es un engaño. También sé que, tal vez, no sea tan real como parece pero me gustaría creerlo. Es más fácil si lo crees, si simplemente tienes fe. La fe funciona, es cierto.

Y da igual si, en principio, no es muy perfecto. No tiene que serlo. Lo perfecto es peor que la fe; la fe al menos funciona. Lo perfecto no funciona porque no existe nada perfecto.

Y no quiero nada perfecto, me conformo con que sea real.

9.16.2010


Me asalta el flashback, la visión redundante de un momento que aún no consigo digerir. Un instante irreal, una provocación del destino más inmediato, un chiste, al fin y al cabo, un mal chiste o un gran chiste, una colleja monumental de la vida que te recuerda que no sabes nada, que no tienes ni idea y que las cosas simplemente ocurren.

Así que olvídate de los planes, no sirven; no valen. Orquestan la geometría imperfecta de un terreno amorfo, desconocido, caprichoso y sin sentimientos. Son por lo tanto inútiles delirios de control. Así son las cosas. Tu vida, la mía.



9.08.2010


Las balas silbaban por encima de nuestras cabeza, por encima de nuestras caras pegadas al fango. Ese era su territorio ahora, el natural de nuestras esbeltas figuras erguidas; un lugar robado, sin duda. Mi boca estaba llena de asquerosa tierra mojada, un sabor repugnante se unía al insoportable sonido de la batalla. Ese tenso ruido seguido de arrebatadores y desbastadores silencios que te petrifican y te hacen querer llamar a mama.

En la última carrera me lancé al suelo lo más cerca que pude de lo que parecía una trinchera, aunque visto más de cerca aquello no parecía más que un agujero en mitad del terreno. Al lado de mi cayó muerto un soldado, alguien que no recordaba haber visto antes, ni en la compañía, ni en el grupo. Un auténtico desconocido que sangraba, inerte, a mi lado. Compartiendo conmigo esos duros momentos. Giré la cabeza procurando no perder mi casco, como si aquel trozo material me fuera a salvar del infierno latente que me esperaba a apenas un metro más arriba. Eso fue un error. No debí mirar a los ojos a aquel chico joven y destrozado, con ese semblante tan extraño que le hacía parecer un maniquí. En su casco llevaba escrita una frase, una frase que me recorrió de arriba abajo como un helado rayo de miedo y tristeza.

“Mejor aquí que en casa” Eso ponía escrito con pintura blanca. Me hizo preguntarme, aquella frase, que puede llevar a alguien a venir a este infierno. Yo ya ni recuerdo que hago aquí, como llegué. Es un trago silencioso el que ha supuesto olvidar mi pasado para centrarme en el estudio de la anatomía del infierno, en la documentación exhaustiva de las regiones más profundas del omnipresente valle de la muerte. Y no está siendo un camino fácil, es por eso que es mejor olvidar.
Me quedé con ganas de entrevistarle, de adivinar que sentía. Aunque estuviera muerto, una emoción congelada como en una fotografía yacía extraña en su mirada, una profunda mirada de ojos verdosos. Una vez más me interesaba por la historia, por su historia y olvidaba que la guerra no es más que un compendio de historias tristes que jamas salen a la luz y que, además, a nadie interesan. La guerra sólo debe de servir para una cosa: para marcar un punto de no retorno en nuestra historia.

Es duro estar aquí, y saber eso. Yo sí estaría mejor en casa; aunque ya no recuerde dónde está.

8.09.2010

El único objetivo es salir, salir de aquí.

Y es un objetivo posible, y lo lamento por los demás. Pero lo prioritario es salir.

7.18.2010


Desplacé las imágenes, más allá de luz; muy lejos del círculo polar ártico. Contravine todas tus advertencias, me dejé llevar por la simplicidad de la plástica más elemental y te eché de menos; mucho y sin darme cuenta. Aún me cuesta darme cuenta. Luego descansé y miré la habitación, el plano sobre plano al que estábamos acostumbrados, la escualida esencia de la virtud fotoquímica de robarle a la luz aquello que la hace especial para atraparnos, para siempre, en las únicas dos dimensiones de verdad seguras, aquellas que no pueden si no arder o desaparecer pero nunca envejecer.

7.04.2010


La caída estaba siendo lenta, como la de una pluma un día sin viento. Esa misma lentitud hacía que el tiempo pareciese un eufemismo de la realidad, un artificio de todo aquello que no podemos controlar, de todo aquello que no somos capaces de ver pero que, contra todo pronóstico, existe. Los colores se desvanecía, perdían su saturación lentamente dentro del tóxico, la paleta cromática se ahogaba en su falta de necesidad y se despedía para dejarnos imágenes impresas en las dos dimensiones en las que ahora flotamos. El aire se podía cortar con la punta de un alfiler, su densidad era inversamente proporcional a la ligereza del momento.
La caída continuaba, el devenir de la gravedad variable del sueño empujaba con la violencia de lo inevitable. Todo se venía abajo y mostraba el telón de fondo, confesando que la realidad es sólo aquello que podemos ver, siempre que queramos verlo; siempre que podamos verlo.

6.29.2010


La aritmética del juego que ya conoces

Los hombres somos piezas simples de ingeniera básica, muy funcional y fácil de reparar. No reside en nosotros la necesidad de ir más lejos en nuestra maquinaría más primitiva y primordial, todo lo contrario: buscamos no salir de ese estado de sencillez. No es que no resulte más fácil, simplemente nos sentimos más cómodos dejándonos llevar. Y esa es la regla fundamental del juego, la única que debes cumplir si quieres jugar.
En ocasiones tenemos que elegir. Elegir entre la sangre fría y las circunstancias o, por lo contrario, tenemos que admitir que no somos capaces de sobrellevar nuestra existencia sobre el suelo que la alargada sombra del juego nos hace pisar, a veces es algo imposible; pero lo intentamos. No es una "prueba-error", no se trata de tal experimento científico. Todo lo contrario, se trata, más bien, de una prueba-prueba porque el error, en algunos casos, ya lo damos certificado.

En resumen. Cuando eres un hombre y creces, en algún momento, tarde o temprano, te tienes que enfrentar al juego como un peón más del mismo y es entonces cuando debes de aceptar su reglas o, por lo contrario, entender que no puedes jugar y que, por lo tanto, quedas fuera del funcionamiento normal de las cosas. La cuestión es hasta ¿dónde vamos a ser capaces de jugar? Difícil cuestión, pues la meta es tan lejana como la vida te permita. Es, en definitiva, una trampa mortal.

6.28.2010


El cuarto está totalmente destruido, nada queda en pie. El ventanal, tan grande un majestuoso en otros momentos, ahora es simplemente un hueco ojival por el que saltar, una puerta al vacío; al suspenso. Los tablones del piso están levantados, asoman algunos clavos oxidados y los agujeros con los que tropezarse se cuentan por docenas. Las cortinas casi han desaparecido, lo poco que queda de ellas es una tela raída. Todo es un desastre, mi desastre, mi pequeño reino venido a menos. Un lugar en el que sentirse seguro, en dónde nada más puede pasar. Un lugar que espera el paso del tiempo como un ejercicio de paciencia, ante lo inevitable sólo queda esperar. Lo inevitable.

Si tuviera que hablar de mi no usaría palabras. Tal vez se me ocurriría la osadía de usar símbolos, gestos e incluso algún que otro ruido gutural, extraño, agudo y gracioso. Pero jamás palabras. Las palabras son el pequeño tesoro que nos queda, el bello frasco de perfume que amenaza con caer al vacío y romperse en mil pedazos para siempre desde la repisa del baño. Eso son y mucho más que eso también. Así que no sabría que hacer, no tendría ni idea, ante el miedo de usar palabras para hablar sobre mi.

Usaría palabras para describirme, eso seguro. Pero no para hablar sobre quien soy; no es lo mismo.
No tiene nada que ver.

6.27.2010


Vale, comienza el juego. Ahora, desde ahora mismo, todos son desconocidos para mi, no los he visto nunca, jamás me he cruzado a esta panda de inadaptados. Sí, nunca antes. Son desconocidos para mi y llaman mi atención. Veamos. Cat es una chica, y me parece muy guapa: extremadamente delgada y sin curvas reside en ella la belleza mortecina de aquellas chicas que no creen en si mismas. Sí, Cat es muy años 90, uno de esos espectáculos bellos y lamentables que pasean sus flácidas y escasas carnes por cada club nocturno, enfundadas en medias negras y camisetas de PLACEBO. Su pelo, sí, observemos su pelo: es artificialmente negro y brillante, con un flequillo perfectamente cortado que remata su media melena por debajo de las orejas. Ah, es una imagen del papel couché, con su sombra de ojos color negro cobalto; a juego con su personalidad. Cat, todo un bello cliché que llama mi atención de forzoso extraño. Sí, eso es. Ella, su ropa ajustada, sus zapatillas negras con cordoneras rojas, sus medias también negras ajustadas y sin reflejos, decoradas, también, con unas largas calcetas a rayas blancas y rojas por debajo de la rodilla. Sí, sí, sí. Luego me encuentro con su pequeña falda de color gris junto con su cinturón, lleno de motivos metálicos y finalmente su camiseta, que no es de PLACEBO pero que perfectamente podría haber sido.
Cat, que lástima que no te conozca de absolutamente nada. Me flipa tu inmenso esfuerzo por llamar la atención. Es adictivo.

6.26.2010


- Repíteme porqué estamos aquí.

- Estamos aquí porque todo ha salido mal. Estamos aquí porque no podemos conspirar contra los acontecimientos, no podemos luchar contra la realidad, no, porque, hagamos lo que hagamos, no estábamos destinados a ganar. Por eso estamos aquí.

6.25.2010


Julio se giró y nos miró; no dijo absolutamente nada. Simplemente se quedó mirándonos, con esa extraña actitud de las que a veces hacía gala y que consistía en parecer que va a decir algo para, finalmente, no decir nada. Era una actitud bastante extraña y que producía en quien la sufría el desasosiego de la espera, la tensión del no saber si aquel inexpresivo pero violento rostro iba a reaccionar de forma amigable y, además, te hacía repasar una a una las cosas que te dirías a ti mismo si tú fueras él. Te obligaba a ponerte en su lugar y a sentirte idiota y a darte cuenta de todos tus malditos errores. Los errores que le hacen mancharse las manos. Los errores que luego tiene que solucionar él.

Nunca se nos ocurriría llamar a Julio para una tontería, tampoco para ir a tomar una cerveza o para contarle un chiste. Todos los conocíamos a Julio sabíamos que no era un tipo al que le gustasen ese tipo de cosas, ni de broma. Sólo lo llamábamos cuando no había otro remedio, cuando la cosa se nos había ido tanto de las manos de las manos que no teníamos otro remedio. Y, lo puedo jurar, no es nada agradable el momento en el que te percatas de que no tienes ninguna otra salida que no sea llamar a Julio. Joder. Así que lo llamas, levantas el teléfono y marcas su número, y esperas que no esté al mismo tiempo que te repites una y otra vez que lo necesitas.


Julio es puntual, teniendo en cuenta que siempre lo llamamos con urgencia suele tardar muy poco en llegar a la escena. Siempre te dice un tiempo aproximado y acierta, siempre tarda lo que él cree que va a tardar. Es un tío metódico, de eso no cabe duda. Entonces, en el tiempo que él mismo estima, aparece en el lugar y cuando aparece las cosas cambian. Ver a un tío de metro noventa con traje de chaqueta blanco, completamente calvo y gafas de sol salir de un utilitario de color negro no es algo que no cambie las cosas ¿sabes? Y es que siempre viste así. Da igual que llames a las tres de la mañana de un lunes a las doce de un domingo, él siempre va a aparecer con el maldito traje blanco; con su uniforme. Parece un soldado, a su manera.
Después de llegar y ni saludarnos se acerca al problema. Lo mira de arriba abajo, se toma su tiempo y vuelve a pensárselo. Se nota que para él esto es más una cuestión de método que otra cosa. Es de agradecer que vuelva el orden al caos, aunque venga con ésta pinta.

6.22.2010


Vivir en base a lo que uno cree es siempre un acto arriesgado, una autentica prueba de fe. La única y autentica prueba de que estás dispuesto a ser menos para sentirte, durante poco tiempo, como algo más. Sin embargo, vivir inmerso en lo que uno no cree es simplemente un acto de ingeniería de política social, una forma de sobrevivir y aceptar las reglas. Sean éstas cuales sean.

Es, para mi, complicado establecer si deseo vivir siempre dentro de todos los valores en los que sinceramente no creo y sobre los que me he criado, sobre todo cuando observo mi auténtica actitud respecto a ciertas cosas y me doy cuenta de que tal vez me esté engañando a mi mismo. No soy mejor, ni actúo de una mejor manera que el resto ante las injusticias sociales, yo también aparto la mirada y si me centro en algo me cuestiono la realidad de las situación y si yo, realmente, tengo algo que ver o que hacer. Es un tema complejo, supongo. Aunque las contradicciones personales son bastante evidentes.

En lo que a política se refiere me pasa más o menos igual. Tengo bastante claro lo que sé, lo que creo y lo que no. Sin embargo en mi cabeza intenta imperar el estado del sentido común, y es ahí cuando las cosas fallan. La política se basa en un razonamiento básicamente vital, que regula la vida diaria con el fin de mejorar al medio-largo plazo. La política intenta construir sobre los cimientos de una teoría vital, más allá de cualquier apreciación simplemente teórica la política intenta establecer una realidad que sustituya y mejore la que ya disfrutamos. Y ahí todo vuelve a fallar, al menos para mi. Me lo creo y no me lo creo, aunque tengo bastante más claro lo que no me creo.


Así que creo que no tengo una fácil solución. Vivo, desde hace años, dentro de una contradicción constante entre lo que quiero y lo que no quiero, lo que estoy dispuesto a aceptar y lo que no pero, sin embargo, no veo la forma de alcanzar un equilibrio; sólo observo la posibilidad de romper definitivamente con todo. Pero, como he dicho al principio, vivir en base a lo que uno cree es aceptar la posibilidad de ser mucho menos y no sé si me quiero permitir ese lujo, aunque sienta el deseo diario de hacerlo, y no por ninguna razón especial. Simplemente soy presa del miedo, y pocas cosas son tan respetables como el miedo. Bueno, tal vez la ambición.