10.29.2008


El peso de lo que valen las ya inexistentes arrugas de tu piel, el peso del calor marchito en tu cuerpo, el peso de los recuerdos es el que se perdió en mi alma cuando te fuiste, no fue aire, ni agua salada, fue un porcentaje real de la esencia misma que da color a la vida. Se perdió toda una gama de colores, un espectro completo.
Presa de la confusión, de un sueño creciente que te mareaba y te adormecía, así me dejaste, sin querer, obligada por una fuerza bruta que te hizo acabar en el suelo; como buscando algo de paz o de cobijo. Ahora siento que el cobijo fuera el frío suelo y no unos brazos que te abrazasen fuerte para, al menos, despedirte. Tal vez ahora estés en paz, yo ya no escucho tus sonidos por la noche, ni el mínimo susurro, solo ecos de un pasado que no volverá. Tal vez estés en ese lugar que dicen que es mejor. Me gusta creerlo así, sin pensar demasiado en porqué me gusta creerlo. Sin más explicaciones que la de un consuelo.

Un año ya, como pasa el tiempo. Sin darnos cuenta, dicen. Yo sí me doy cuenta, porque cada día que pasa es un día sin ti, y eso nunca puede ser un buen día. Y eso es solo una de las cosas de este todo al que se une a otra situación peculiar, el hecho de que, para mi, desde hace un año, ya nunca es Domingo.

10.17.2008

Descreído:

Me pregunto si a veces todas esas personas que parecen tan seguras de lo que dicen y hacen, como algunos políticos y personalidades públicas, no se acuestan o se levantan con la sensación de que todo lo que dicen o han dicho no tiene sentido, que simplemente interpretan un papel que no se creen pero que están obligados a interpretar. Como si la mascara aún no fuera su rostro pero no tuvieran el valor de quitársela y enfrentarse a la verdad que supone dedicar tu vida a algo en lo que creías pero en lo que ya no crees.

A mi no me pasa igual, pero tengo la sensación de que cada vez me creo menos todo y que todo me resbala más. Es como si a base de hacerme creer lo importante que eran ciertas cosas y lo importante que era sentirme bien, o especial, en determinados aspectos de mi vida se haya convertido en simplemente algo que ya pasó. Una etapa.
Ahora me levanto, algunas mañanas, y ando lentamente hasta baño y me miro al espejo y tímidamente me reconozco y simplemente pienso que puede que todo esto no sea más que una huida hacia delante, hacia lo inevitable.

Uno no puede sentarse el resto de su vida en una silla, para ver el tiempo pasar. Como si diera igual las acciones acometidas, como si la visión certera de la huella que el tiempo probablemente borrará o manipulará fuese la razón para el inmovilismo existencial. Es aquí, puede ser, en donde la fe, religiosa o no, entra en acción. Si puedes creer en lo que no ves y lo conviertes en tu objetivo final, el cual nunca lo alcanzaras, si alimentas tu alma con argumentos indemostrables e ilusiones increibles, entonces, solo entonces, sea más fácil levantarse cada mañana sin la sensación de que todo es una gran mentira.

No quiero estar parado, pero necesito creer. Y ahora me cuesta creer.