6.28.2010


El cuarto está totalmente destruido, nada queda en pie. El ventanal, tan grande un majestuoso en otros momentos, ahora es simplemente un hueco ojival por el que saltar, una puerta al vacío; al suspenso. Los tablones del piso están levantados, asoman algunos clavos oxidados y los agujeros con los que tropezarse se cuentan por docenas. Las cortinas casi han desaparecido, lo poco que queda de ellas es una tela raída. Todo es un desastre, mi desastre, mi pequeño reino venido a menos. Un lugar en el que sentirse seguro, en dónde nada más puede pasar. Un lugar que espera el paso del tiempo como un ejercicio de paciencia, ante lo inevitable sólo queda esperar. Lo inevitable.

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