9.08.2010


Las balas silbaban por encima de nuestras cabeza, por encima de nuestras caras pegadas al fango. Ese era su territorio ahora, el natural de nuestras esbeltas figuras erguidas; un lugar robado, sin duda. Mi boca estaba llena de asquerosa tierra mojada, un sabor repugnante se unía al insoportable sonido de la batalla. Ese tenso ruido seguido de arrebatadores y desbastadores silencios que te petrifican y te hacen querer llamar a mama.

En la última carrera me lancé al suelo lo más cerca que pude de lo que parecía una trinchera, aunque visto más de cerca aquello no parecía más que un agujero en mitad del terreno. Al lado de mi cayó muerto un soldado, alguien que no recordaba haber visto antes, ni en la compañía, ni en el grupo. Un auténtico desconocido que sangraba, inerte, a mi lado. Compartiendo conmigo esos duros momentos. Giré la cabeza procurando no perder mi casco, como si aquel trozo material me fuera a salvar del infierno latente que me esperaba a apenas un metro más arriba. Eso fue un error. No debí mirar a los ojos a aquel chico joven y destrozado, con ese semblante tan extraño que le hacía parecer un maniquí. En su casco llevaba escrita una frase, una frase que me recorrió de arriba abajo como un helado rayo de miedo y tristeza.

“Mejor aquí que en casa” Eso ponía escrito con pintura blanca. Me hizo preguntarme, aquella frase, que puede llevar a alguien a venir a este infierno. Yo ya ni recuerdo que hago aquí, como llegué. Es un trago silencioso el que ha supuesto olvidar mi pasado para centrarme en el estudio de la anatomía del infierno, en la documentación exhaustiva de las regiones más profundas del omnipresente valle de la muerte. Y no está siendo un camino fácil, es por eso que es mejor olvidar.
Me quedé con ganas de entrevistarle, de adivinar que sentía. Aunque estuviera muerto, una emoción congelada como en una fotografía yacía extraña en su mirada, una profunda mirada de ojos verdosos. Una vez más me interesaba por la historia, por su historia y olvidaba que la guerra no es más que un compendio de historias tristes que jamas salen a la luz y que, además, a nadie interesan. La guerra sólo debe de servir para una cosa: para marcar un punto de no retorno en nuestra historia.

Es duro estar aquí, y saber eso. Yo sí estaría mejor en casa; aunque ya no recuerde dónde está.

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