6.29.2010


La aritmética del juego que ya conoces

Los hombres somos piezas simples de ingeniera básica, muy funcional y fácil de reparar. No reside en nosotros la necesidad de ir más lejos en nuestra maquinaría más primitiva y primordial, todo lo contrario: buscamos no salir de ese estado de sencillez. No es que no resulte más fácil, simplemente nos sentimos más cómodos dejándonos llevar. Y esa es la regla fundamental del juego, la única que debes cumplir si quieres jugar.
En ocasiones tenemos que elegir. Elegir entre la sangre fría y las circunstancias o, por lo contrario, tenemos que admitir que no somos capaces de sobrellevar nuestra existencia sobre el suelo que la alargada sombra del juego nos hace pisar, a veces es algo imposible; pero lo intentamos. No es una "prueba-error", no se trata de tal experimento científico. Todo lo contrario, se trata, más bien, de una prueba-prueba porque el error, en algunos casos, ya lo damos certificado.

En resumen. Cuando eres un hombre y creces, en algún momento, tarde o temprano, te tienes que enfrentar al juego como un peón más del mismo y es entonces cuando debes de aceptar su reglas o, por lo contrario, entender que no puedes jugar y que, por lo tanto, quedas fuera del funcionamiento normal de las cosas. La cuestión es hasta ¿dónde vamos a ser capaces de jugar? Difícil cuestión, pues la meta es tan lejana como la vida te permita. Es, en definitiva, una trampa mortal.

6.28.2010


El cuarto está totalmente destruido, nada queda en pie. El ventanal, tan grande un majestuoso en otros momentos, ahora es simplemente un hueco ojival por el que saltar, una puerta al vacío; al suspenso. Los tablones del piso están levantados, asoman algunos clavos oxidados y los agujeros con los que tropezarse se cuentan por docenas. Las cortinas casi han desaparecido, lo poco que queda de ellas es una tela raída. Todo es un desastre, mi desastre, mi pequeño reino venido a menos. Un lugar en el que sentirse seguro, en dónde nada más puede pasar. Un lugar que espera el paso del tiempo como un ejercicio de paciencia, ante lo inevitable sólo queda esperar. Lo inevitable.

Si tuviera que hablar de mi no usaría palabras. Tal vez se me ocurriría la osadía de usar símbolos, gestos e incluso algún que otro ruido gutural, extraño, agudo y gracioso. Pero jamás palabras. Las palabras son el pequeño tesoro que nos queda, el bello frasco de perfume que amenaza con caer al vacío y romperse en mil pedazos para siempre desde la repisa del baño. Eso son y mucho más que eso también. Así que no sabría que hacer, no tendría ni idea, ante el miedo de usar palabras para hablar sobre mi.

Usaría palabras para describirme, eso seguro. Pero no para hablar sobre quien soy; no es lo mismo.
No tiene nada que ver.

6.27.2010


Vale, comienza el juego. Ahora, desde ahora mismo, todos son desconocidos para mi, no los he visto nunca, jamás me he cruzado a esta panda de inadaptados. Sí, nunca antes. Son desconocidos para mi y llaman mi atención. Veamos. Cat es una chica, y me parece muy guapa: extremadamente delgada y sin curvas reside en ella la belleza mortecina de aquellas chicas que no creen en si mismas. Sí, Cat es muy años 90, uno de esos espectáculos bellos y lamentables que pasean sus flácidas y escasas carnes por cada club nocturno, enfundadas en medias negras y camisetas de PLACEBO. Su pelo, sí, observemos su pelo: es artificialmente negro y brillante, con un flequillo perfectamente cortado que remata su media melena por debajo de las orejas. Ah, es una imagen del papel couché, con su sombra de ojos color negro cobalto; a juego con su personalidad. Cat, todo un bello cliché que llama mi atención de forzoso extraño. Sí, eso es. Ella, su ropa ajustada, sus zapatillas negras con cordoneras rojas, sus medias también negras ajustadas y sin reflejos, decoradas, también, con unas largas calcetas a rayas blancas y rojas por debajo de la rodilla. Sí, sí, sí. Luego me encuentro con su pequeña falda de color gris junto con su cinturón, lleno de motivos metálicos y finalmente su camiseta, que no es de PLACEBO pero que perfectamente podría haber sido.
Cat, que lástima que no te conozca de absolutamente nada. Me flipa tu inmenso esfuerzo por llamar la atención. Es adictivo.

6.26.2010


- Repíteme porqué estamos aquí.

- Estamos aquí porque todo ha salido mal. Estamos aquí porque no podemos conspirar contra los acontecimientos, no podemos luchar contra la realidad, no, porque, hagamos lo que hagamos, no estábamos destinados a ganar. Por eso estamos aquí.

6.25.2010


Julio se giró y nos miró; no dijo absolutamente nada. Simplemente se quedó mirándonos, con esa extraña actitud de las que a veces hacía gala y que consistía en parecer que va a decir algo para, finalmente, no decir nada. Era una actitud bastante extraña y que producía en quien la sufría el desasosiego de la espera, la tensión del no saber si aquel inexpresivo pero violento rostro iba a reaccionar de forma amigable y, además, te hacía repasar una a una las cosas que te dirías a ti mismo si tú fueras él. Te obligaba a ponerte en su lugar y a sentirte idiota y a darte cuenta de todos tus malditos errores. Los errores que le hacen mancharse las manos. Los errores que luego tiene que solucionar él.

Nunca se nos ocurriría llamar a Julio para una tontería, tampoco para ir a tomar una cerveza o para contarle un chiste. Todos los conocíamos a Julio sabíamos que no era un tipo al que le gustasen ese tipo de cosas, ni de broma. Sólo lo llamábamos cuando no había otro remedio, cuando la cosa se nos había ido tanto de las manos de las manos que no teníamos otro remedio. Y, lo puedo jurar, no es nada agradable el momento en el que te percatas de que no tienes ninguna otra salida que no sea llamar a Julio. Joder. Así que lo llamas, levantas el teléfono y marcas su número, y esperas que no esté al mismo tiempo que te repites una y otra vez que lo necesitas.


Julio es puntual, teniendo en cuenta que siempre lo llamamos con urgencia suele tardar muy poco en llegar a la escena. Siempre te dice un tiempo aproximado y acierta, siempre tarda lo que él cree que va a tardar. Es un tío metódico, de eso no cabe duda. Entonces, en el tiempo que él mismo estima, aparece en el lugar y cuando aparece las cosas cambian. Ver a un tío de metro noventa con traje de chaqueta blanco, completamente calvo y gafas de sol salir de un utilitario de color negro no es algo que no cambie las cosas ¿sabes? Y es que siempre viste así. Da igual que llames a las tres de la mañana de un lunes a las doce de un domingo, él siempre va a aparecer con el maldito traje blanco; con su uniforme. Parece un soldado, a su manera.
Después de llegar y ni saludarnos se acerca al problema. Lo mira de arriba abajo, se toma su tiempo y vuelve a pensárselo. Se nota que para él esto es más una cuestión de método que otra cosa. Es de agradecer que vuelva el orden al caos, aunque venga con ésta pinta.

6.22.2010


Vivir en base a lo que uno cree es siempre un acto arriesgado, una autentica prueba de fe. La única y autentica prueba de que estás dispuesto a ser menos para sentirte, durante poco tiempo, como algo más. Sin embargo, vivir inmerso en lo que uno no cree es simplemente un acto de ingeniería de política social, una forma de sobrevivir y aceptar las reglas. Sean éstas cuales sean.

Es, para mi, complicado establecer si deseo vivir siempre dentro de todos los valores en los que sinceramente no creo y sobre los que me he criado, sobre todo cuando observo mi auténtica actitud respecto a ciertas cosas y me doy cuenta de que tal vez me esté engañando a mi mismo. No soy mejor, ni actúo de una mejor manera que el resto ante las injusticias sociales, yo también aparto la mirada y si me centro en algo me cuestiono la realidad de las situación y si yo, realmente, tengo algo que ver o que hacer. Es un tema complejo, supongo. Aunque las contradicciones personales son bastante evidentes.

En lo que a política se refiere me pasa más o menos igual. Tengo bastante claro lo que sé, lo que creo y lo que no. Sin embargo en mi cabeza intenta imperar el estado del sentido común, y es ahí cuando las cosas fallan. La política se basa en un razonamiento básicamente vital, que regula la vida diaria con el fin de mejorar al medio-largo plazo. La política intenta construir sobre los cimientos de una teoría vital, más allá de cualquier apreciación simplemente teórica la política intenta establecer una realidad que sustituya y mejore la que ya disfrutamos. Y ahí todo vuelve a fallar, al menos para mi. Me lo creo y no me lo creo, aunque tengo bastante más claro lo que no me creo.


Así que creo que no tengo una fácil solución. Vivo, desde hace años, dentro de una contradicción constante entre lo que quiero y lo que no quiero, lo que estoy dispuesto a aceptar y lo que no pero, sin embargo, no veo la forma de alcanzar un equilibrio; sólo observo la posibilidad de romper definitivamente con todo. Pero, como he dicho al principio, vivir en base a lo que uno cree es aceptar la posibilidad de ser mucho menos y no sé si me quiero permitir ese lujo, aunque sienta el deseo diario de hacerlo, y no por ninguna razón especial. Simplemente soy presa del miedo, y pocas cosas son tan respetables como el miedo. Bueno, tal vez la ambición.