6.25.2010


Julio se giró y nos miró; no dijo absolutamente nada. Simplemente se quedó mirándonos, con esa extraña actitud de las que a veces hacía gala y que consistía en parecer que va a decir algo para, finalmente, no decir nada. Era una actitud bastante extraña y que producía en quien la sufría el desasosiego de la espera, la tensión del no saber si aquel inexpresivo pero violento rostro iba a reaccionar de forma amigable y, además, te hacía repasar una a una las cosas que te dirías a ti mismo si tú fueras él. Te obligaba a ponerte en su lugar y a sentirte idiota y a darte cuenta de todos tus malditos errores. Los errores que le hacen mancharse las manos. Los errores que luego tiene que solucionar él.

Nunca se nos ocurriría llamar a Julio para una tontería, tampoco para ir a tomar una cerveza o para contarle un chiste. Todos los conocíamos a Julio sabíamos que no era un tipo al que le gustasen ese tipo de cosas, ni de broma. Sólo lo llamábamos cuando no había otro remedio, cuando la cosa se nos había ido tanto de las manos de las manos que no teníamos otro remedio. Y, lo puedo jurar, no es nada agradable el momento en el que te percatas de que no tienes ninguna otra salida que no sea llamar a Julio. Joder. Así que lo llamas, levantas el teléfono y marcas su número, y esperas que no esté al mismo tiempo que te repites una y otra vez que lo necesitas.


Julio es puntual, teniendo en cuenta que siempre lo llamamos con urgencia suele tardar muy poco en llegar a la escena. Siempre te dice un tiempo aproximado y acierta, siempre tarda lo que él cree que va a tardar. Es un tío metódico, de eso no cabe duda. Entonces, en el tiempo que él mismo estima, aparece en el lugar y cuando aparece las cosas cambian. Ver a un tío de metro noventa con traje de chaqueta blanco, completamente calvo y gafas de sol salir de un utilitario de color negro no es algo que no cambie las cosas ¿sabes? Y es que siempre viste así. Da igual que llames a las tres de la mañana de un lunes a las doce de un domingo, él siempre va a aparecer con el maldito traje blanco; con su uniforme. Parece un soldado, a su manera.
Después de llegar y ni saludarnos se acerca al problema. Lo mira de arriba abajo, se toma su tiempo y vuelve a pensárselo. Se nota que para él esto es más una cuestión de método que otra cosa. Es de agradecer que vuelva el orden al caos, aunque venga con ésta pinta.

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