9.22.2010



Han pasado unos días desde el comienzo del verano. Arturo ya no daba señales de vida, se había marchado. Esfumándose tal y como lo hacía el humo de su cigarro cuando se retorcía sobre nuestras cabezas cada vez que hablábamos cara a cara.
Yo ya sabía que no perdonaba mis palabras, que se había marchado por todo lo que dije. También sabía que no era de los que huían de la verdad. Tal vez no huía de la verdad, ni de mi. Tal vez simplemente no tenía ganas de continuar con esta farsa cómoda que yo había creado y maquillado para él.

Mi madre no ha llegado a conocer a Arturo, no sabe ni de su existencia. Para ella sigo al otro lado, cerca del resto y alejada de personas como él. Alejada de todos, en realidad. Otra mentira. Es sorprendente lo complicado que es vivir tu propia vida sin mentir continuamente.

Si he de ser sincera, extraño a Arturo. Aunque hable con frialdad y me cueste identificar los sentimientos. Aún así, sí; lo extraño. Que no quisiera seguir con él, que lo hubiera utilizado de forma vil, no quiere decir que no lo amase. Es cierto que para las personas como yo aquello conocido como amor no es sino otra forma de, otro método, llenar un vaso que, desde luego, siempre estaba vacío. Y no es sorprendente, por eso soy una persona sin alma.

No tener alma te convierte en un vampiro victima del ansia y el amor, para nosotros, los desalmados, es simplemente otra forma más de vampirismo. Otra cosa con la que saciar nuestra sed.

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