9.27.2010




Calmé la inocencia y la pasión, junté el miedo y lo dejé entre la nada y el todo. En la suspensión más académica y racional, me traicioné para hacerlo y olvidé el hecho de que no eres nadie, ni eres nada, ni serás nunca nada...salvo aquello que yo quiera que seas. Aunque sólo sea aquí, aquí dentro. En lo más profundo. Sin luz ni falsos bálsamos. Aquí, y siempre aquí, tú y los demás, ellos y ellas; los demonios.

9.24.2010


Es complicado ser consciente y racional durante todo el tiempo. Es complicado ser el muro contra el que golpear todo tipo de embate. Es complicado no quebrarse como una endeble rama mecida por el viento cuando sopla más viento del que podemos soportar. Es complicado no caer al suelo, no romperte en mil pedazos y, es más complicado aún, no dejar pasar unos días para lamerte las heridas.

Pero ahí es dónde sale lo mejor. Lo mejor que cada uno. De los corazones rotos, de las ilusiones perdidas, del vacío más insondable y miserable en el que caer, de la oscuridad y las sombras; del miedo y la mala suerte. Si eso no es capaz de sacar lo mejor será porque aún algo peor dentro, muy dentro de nosotros. Demasiado hondo, tal vez.

No se hizo la vida para los que sólo están dispuestos a vivirla, se hizo para los que están dispuestos a desafiarla. Siempre. Y para los que están dispuestos a perder.

Perder es la parte más interesante del juego
. Es la que te enseña como ganar.

9.22.2010



Han pasado unos días desde el comienzo del verano. Arturo ya no daba señales de vida, se había marchado. Esfumándose tal y como lo hacía el humo de su cigarro cuando se retorcía sobre nuestras cabezas cada vez que hablábamos cara a cara.
Yo ya sabía que no perdonaba mis palabras, que se había marchado por todo lo que dije. También sabía que no era de los que huían de la verdad. Tal vez no huía de la verdad, ni de mi. Tal vez simplemente no tenía ganas de continuar con esta farsa cómoda que yo había creado y maquillado para él.

Mi madre no ha llegado a conocer a Arturo, no sabe ni de su existencia. Para ella sigo al otro lado, cerca del resto y alejada de personas como él. Alejada de todos, en realidad. Otra mentira. Es sorprendente lo complicado que es vivir tu propia vida sin mentir continuamente.

Si he de ser sincera, extraño a Arturo. Aunque hable con frialdad y me cueste identificar los sentimientos. Aún así, sí; lo extraño. Que no quisiera seguir con él, que lo hubiera utilizado de forma vil, no quiere decir que no lo amase. Es cierto que para las personas como yo aquello conocido como amor no es sino otra forma de, otro método, llenar un vaso que, desde luego, siempre estaba vacío. Y no es sorprendente, por eso soy una persona sin alma.

No tener alma te convierte en un vampiro victima del ansia y el amor, para nosotros, los desalmados, es simplemente otra forma más de vampirismo. Otra cosa con la que saciar nuestra sed.

9.20.2010


Sé que no hay una mentira, que no es un engaño. También sé que, tal vez, no sea tan real como parece pero me gustaría creerlo. Es más fácil si lo crees, si simplemente tienes fe. La fe funciona, es cierto.

Y da igual si, en principio, no es muy perfecto. No tiene que serlo. Lo perfecto es peor que la fe; la fe al menos funciona. Lo perfecto no funciona porque no existe nada perfecto.

Y no quiero nada perfecto, me conformo con que sea real.

9.16.2010


Me asalta el flashback, la visión redundante de un momento que aún no consigo digerir. Un instante irreal, una provocación del destino más inmediato, un chiste, al fin y al cabo, un mal chiste o un gran chiste, una colleja monumental de la vida que te recuerda que no sabes nada, que no tienes ni idea y que las cosas simplemente ocurren.

Así que olvídate de los planes, no sirven; no valen. Orquestan la geometría imperfecta de un terreno amorfo, desconocido, caprichoso y sin sentimientos. Son por lo tanto inútiles delirios de control. Así son las cosas. Tu vida, la mía.



9.08.2010


Las balas silbaban por encima de nuestras cabeza, por encima de nuestras caras pegadas al fango. Ese era su territorio ahora, el natural de nuestras esbeltas figuras erguidas; un lugar robado, sin duda. Mi boca estaba llena de asquerosa tierra mojada, un sabor repugnante se unía al insoportable sonido de la batalla. Ese tenso ruido seguido de arrebatadores y desbastadores silencios que te petrifican y te hacen querer llamar a mama.

En la última carrera me lancé al suelo lo más cerca que pude de lo que parecía una trinchera, aunque visto más de cerca aquello no parecía más que un agujero en mitad del terreno. Al lado de mi cayó muerto un soldado, alguien que no recordaba haber visto antes, ni en la compañía, ni en el grupo. Un auténtico desconocido que sangraba, inerte, a mi lado. Compartiendo conmigo esos duros momentos. Giré la cabeza procurando no perder mi casco, como si aquel trozo material me fuera a salvar del infierno latente que me esperaba a apenas un metro más arriba. Eso fue un error. No debí mirar a los ojos a aquel chico joven y destrozado, con ese semblante tan extraño que le hacía parecer un maniquí. En su casco llevaba escrita una frase, una frase que me recorrió de arriba abajo como un helado rayo de miedo y tristeza.

“Mejor aquí que en casa” Eso ponía escrito con pintura blanca. Me hizo preguntarme, aquella frase, que puede llevar a alguien a venir a este infierno. Yo ya ni recuerdo que hago aquí, como llegué. Es un trago silencioso el que ha supuesto olvidar mi pasado para centrarme en el estudio de la anatomía del infierno, en la documentación exhaustiva de las regiones más profundas del omnipresente valle de la muerte. Y no está siendo un camino fácil, es por eso que es mejor olvidar.
Me quedé con ganas de entrevistarle, de adivinar que sentía. Aunque estuviera muerto, una emoción congelada como en una fotografía yacía extraña en su mirada, una profunda mirada de ojos verdosos. Una vez más me interesaba por la historia, por su historia y olvidaba que la guerra no es más que un compendio de historias tristes que jamas salen a la luz y que, además, a nadie interesan. La guerra sólo debe de servir para una cosa: para marcar un punto de no retorno en nuestra historia.

Es duro estar aquí, y saber eso. Yo sí estaría mejor en casa; aunque ya no recuerde dónde está.