4.26.2009


La figura mítica del vampiro ha fascinado, y seguirá haciéndolo, a propios y extraños, a escritores, cineastas y artistas, a todo un elenco de creadores para los que la idea del depredador definitivo, de aquel que se alimenta de nosotros mismos, amos y señores del mundo, es sumamente atractiva. Seres nocturnos que actúan deslizándose por la noche y que desprecian nuestra carne pues solo anhelan la primordial esencia de nuestra propia sangre.
El vampiro es un reflejo de algunos de nuestros miedos más primitivos y profundos: el miedo a la oscuridad, el miedo a la falta de control, el miedo a ser una víctima o el alimento de un animal aún más insaciable que nosotros mismos. Es por eso que el vampiro, lejos de ser simplemente el monstruo tantas veces estudiado es, por definición, la prueba de que si no existe antitesis para el hombre, el hombre se encargo de crearla.

Déjame entrar no es una película de vampiros; es una historia sobre algo más espeluznante que el fenómeno vampírico. Déjame entrar es una historia sobre aquel momento, extraño y confuso, en el que no somos ni niños, ni adolescentes, ni adultos, ese momento en donde simplemente somos unos seres confusos y efervescentes que no encajan y que además están empezando a experimentar cambios dramáticos en su cuerpo. Déjame entrar es una historia sobre la soledad, sobre la necesidad de encontrar a un igual que complete aquello que nos falta. En definitiva, dejame entrar puede ser entendida como fábula vampírica especial, pero la realidad es que la construcción de los personajes así como el fondo de los mismos y el escenario en donde se presentan es solo es una excusa para explorar, sin terror, el amor inocente y la confusión que supone abandonar la niñez.

Tomas Alfredson muestra un film que supone una interesante busqueda de evasión de los mitos del vampiro, que ya no es un ser romantico y culto, ni un monstruo repugnante que vaga por las zonas más oscuras. El vámpiro, en este caso, es una niña hambrienta, consciente de su situación, y condición, y que no contenta con ella solo tiene el remedio de aceptarla. Una nómada que vagabundea sin mucha emoción el mundo de los hombres sin cuestionarse demasiado su meta, pues está protegida por la inocencia de su cuerpo y mentalidad infantil que no le hace sentirse peor que el resto, simplemente diferente. Esa niña, Eli (Lina Leandersson), encuentra a Oskar (Kare Hedebrant), otro niño diferente y de ambiciones oscuras y sanguinarias, débil y aislado de una sociedad de la que desea vengarse.

En definitiva, esta adaptación de la obra del mismo título de John Ajvide Lindqvist (Públicada en España por Espasa-Calpe) supone una de las grandes sorpresas del año y estoy seguro que va a dejar huella en el panorama cinematográfico para la posteridad (sus 49 premios así lo atestiguan).

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