5.06.2009

Joaquín estaba ahí sentado, preso del puto odio, la puta agonía existencial que, día tras día, noche tras noche, le carcomía por dentro. Ahí estaba, sentando; delante del ordenador, como un maniquí en la puerta de un bar, estático y decorando, dandole ambiente a la habitación. La luz del monitor iluminaba su cara, que contrastaba con esa sensación de confusion, ira, miedo, felicidad y emoción que se mezclaba en su interior. Blanco por fuera, negro por dentro.

"...porque te hacen sentir tan diferente..."

Y pensaba, Joaquín, que cuanto hay que beber para saciar una sed, una de esas que no existen, unas de esas que son como luces de neón; de colores brillantes. Cuanto veneno hay que tragar para, definitivamente, impulsar tu cuerpo hacía una incierta salvación.

Mejor no pensar en eso, pensó, porque para hacerlo tendría que reconocer que no llevo razón.

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