9.19.2008

En el momento en el que subí al aparato todo parecía normal, dentro del plan previsto. El aire era rancio como siempre y las estrecheces del pasillo del avión eran las habituales, los asientos parecían apretados en su lugar como si necesitasen respirar o que alguien los sacara a dar un paseo. La azafata me dio los buenos días como al resto de los pasajeros, no era especialmente agraciada. Yo le contesté en los mismo términos, de forma rutinaria y normal; sin buscar ni un ápice de empatía más haya de la cortesía. Al llegar a mi asiento me quité la chaqueta, subí mi escaso equipaje al maletero situado encima de los asientos y me senté dejándome caer pesadamente sobre el asiento. Mientras el resto de la gente ocupada su lugar yo, como siempre hago, me entretuve leyendo los folletos que proporcionan las compañías y que explican el protocolo de a en caso de accidente. Siempre miro para ver si hay alguna diferencia entre uno y otro, o por si alguien ha tenido la feliz idea de dibujar algo sobre las inexpresivas caras de los monigotes que en ellos aparecen. Mientras los miro me pregunto quien es el experto que ha diseñado esto, quien ha vuelto de la casi segura muerte en un accidente aéreo en el mar como para escribir el perfecto manual de supervivencia en vuelo o en caso de accidente .Me da miedo pensar que el sentido común se puede aplicar a algo que para lo que el sentido común no estaba preparado: volar.




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