10.29.2008


El peso de lo que valen las ya inexistentes arrugas de tu piel, el peso del calor marchito en tu cuerpo, el peso de los recuerdos es el que se perdió en mi alma cuando te fuiste, no fue aire, ni agua salada, fue un porcentaje real de la esencia misma que da color a la vida. Se perdió toda una gama de colores, un espectro completo.
Presa de la confusión, de un sueño creciente que te mareaba y te adormecía, así me dejaste, sin querer, obligada por una fuerza bruta que te hizo acabar en el suelo; como buscando algo de paz o de cobijo. Ahora siento que el cobijo fuera el frío suelo y no unos brazos que te abrazasen fuerte para, al menos, despedirte. Tal vez ahora estés en paz, yo ya no escucho tus sonidos por la noche, ni el mínimo susurro, solo ecos de un pasado que no volverá. Tal vez estés en ese lugar que dicen que es mejor. Me gusta creerlo así, sin pensar demasiado en porqué me gusta creerlo. Sin más explicaciones que la de un consuelo.

Un año ya, como pasa el tiempo. Sin darnos cuenta, dicen. Yo sí me doy cuenta, porque cada día que pasa es un día sin ti, y eso nunca puede ser un buen día. Y eso es solo una de las cosas de este todo al que se une a otra situación peculiar, el hecho de que, para mi, desde hace un año, ya nunca es Domingo.

1 comentario:

Utopía dijo...

Ey...

Que guapa... :)

Ánimo niño, te mando un abrazo o mil...

:*