7.18.2010


Desplacé las imágenes, más allá de luz; muy lejos del círculo polar ártico. Contravine todas tus advertencias, me dejé llevar por la simplicidad de la plástica más elemental y te eché de menos; mucho y sin darme cuenta. Aún me cuesta darme cuenta. Luego descansé y miré la habitación, el plano sobre plano al que estábamos acostumbrados, la escualida esencia de la virtud fotoquímica de robarle a la luz aquello que la hace especial para atraparnos, para siempre, en las únicas dos dimensiones de verdad seguras, aquellas que no pueden si no arder o desaparecer pero nunca envejecer.

7.04.2010


La caída estaba siendo lenta, como la de una pluma un día sin viento. Esa misma lentitud hacía que el tiempo pareciese un eufemismo de la realidad, un artificio de todo aquello que no podemos controlar, de todo aquello que no somos capaces de ver pero que, contra todo pronóstico, existe. Los colores se desvanecía, perdían su saturación lentamente dentro del tóxico, la paleta cromática se ahogaba en su falta de necesidad y se despedía para dejarnos imágenes impresas en las dos dimensiones en las que ahora flotamos. El aire se podía cortar con la punta de un alfiler, su densidad era inversamente proporcional a la ligereza del momento.
La caída continuaba, el devenir de la gravedad variable del sueño empujaba con la violencia de lo inevitable. Todo se venía abajo y mostraba el telón de fondo, confesando que la realidad es sólo aquello que podemos ver, siempre que queramos verlo; siempre que podamos verlo.